BOXEO INTERNACIONAL

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Le quisieron enseñar japonés, pero este compadrito de La Boca los calló a las trompadas y, al final, tuvieron que escucharlo gritar en español. Puma Martínez, el último bastión del siempre golpeado argentino, el único campeón que tenemos, aceptó ir a pelear a Japón. Aceptó desafiar al mejor, a Kazuto Ioka. “No Puma, si perdés te quedas sin nada”. ¿Pero qué es nada para alguien que nunca tuvo? ¿Qué es nada, para un hombre que perdió a su padre,aquél que le enseñó todo en el ring? ¿Qué es nada, para un hombre que todavía no pudo comprarle la casa que le prometió su madre? Fueron doce asaltos únicos. Una clase maestra del argentino, que lo pasó por arriba al japonés. Siendo un boxeador técnico, eligió no caminar para los costados. Fue para adelante, como un tren de carga. Porque los jueces podían llegar a castigar la creación, La única forma de ganar era salir a matar al japonés. Y el Puma ganó con autoridad de maestro. Su pelo teñido de Boca, sus manos eran pesadas, como los adoquines de caminito. En silencio, luego del fallo, los japoneses apagaron las luces del estadio e hicieron sonar las campanadas en el templo. Una señal de respeto. Porque ese soldado argentino acababa de terminar con la leyenda de un samurai. En la misma geografía que le perteneció a Horacio Acavallo, Pascualito Pérez y Nicolino Locche, este hombre iluminado, recibió ayuda de los dioses. La masividad del fútbol nos fue quitando el foco de estas historias, de hombres esmerados, que luchan solos, sin importar la adversidad
Adrián Michelena ✍️.

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